Reaccionar o Naufragar

El Perú se aproxima a las elecciones generales de 2026 con el peso de una crisis estructural que, lejos de disiparse, se ha profundizado en los últimos años. La sensación de “alerta máxima” que se vivía en 2023, al inicio de este gobierno,  ya no es un sobresalto pasajero, sino un estado permanente. La política, en vez de brindar certezas, se ha convertido en una fuente de incertidumbre; la economía, en vez de generar oportunidades, reproduce desigualdad; y el Estado, en vez de proteger, abandona.

Hoy, millones de peruanos sienten que el país navega en “modo Titanic”: avanzamos hacia un choque inminente mientras la élite política se aferra a sus privilegios. Las elecciones de 2026 representan mucho más que un cambio de autoridades; serán la disyuntiva entre prolongar la decadencia o iniciar un viraje hacia la reconstrucción nacional.

Un diagnóstico sombrío: desencanto, precariedad y fuga de talento. El nivel de desaprobación hacia el Ejecutivo y el Congreso, con índices que superan el 90% respectivamente según diversas encuestadoras, no es un capricho ciudadano: refleja una crisis de representación y legitimidad que se agudiza con el tiempo. Los gobernantes ya no inspiran respeto ni confianza; los congresistas son vistos como una casta aislada, dedicada a blindajes, viajes y maniobras de poder mientras el país se hunde.

La desconexión política se hace tangible en la vida cotidiana: Seis de cada diez peruanos viven en inseguridad alimentaria, en un país que paradójicamente es rico en recursos naturales. Seis de cada diez jóvenes declaran su deseo de emigrar. No se trata de un intercambio académico temporal, sino de una decisión desesperada de escapar de la corrupción, la precariedad laboral y la falta de oportunidades.

El sistema de salud colapsa: el 45% de los centros no tiene médicos, el 95% carece de infraestructura adecuada y no se dan abasto para atender las demandas diarias, son solo la punta del iceberg de un drama cotidiano.

Este debilitamiento del capital humano, agravado por la anemia infantil, la baja calidad educativa y el deterioro de la seguridad ciudadana, condena al país a un futuro de mayores brechas y conflictos sociales.

Existen cuatro grandes factores de nuestro atraso. Si no rompemos este ciclo, el periodo 2026-2031 estará marcado por ellos:

  1. El crimen organizado y la inseguridad, hoy es la principal preocupación ciudadana. Las economías ilegales como la minería y el narcotráfico se expanden, infiltrando incluso instituciones. Las recientes modificaciones legales que debilitan herramientas como la Colaboración Eficaz muestran que el crimen ya no solo actúa en las calles: también dicta parte de la agenda parlamentaria.
  2. La corrupción y la impunidad, es el gran obstáculo para ingresar a la OCDE y para atraer inversiones sostenibles. No se trata solo de mal uso de fondos; hablamos de un Estado capturado por intereses mafiosos que garantizan impunidad para los suyos mientras la justicia colapsa.
  3. La desigualdad crónica, el 80% de informalidad laboral mantiene a millones sin acceso a derechos básicos. La sensación de que “la ley no es para todos” alimenta la frustración, la migración y la conflictividad social.
  4. La ingobernabilidad perpetua, más de 40 partidos inscritos auguran una elección caótica, con la casi certeza de que la segunda vuelta será entre candidatos con alto “antivoto”. Ello condenará a cualquier gobierno electo a una legitimidad frágil y a una vulnerabilidad constante frente a vacancias, censuras y parálisis.

A estos cuatro factores se suman amenazas adicionales. La desaceleración estructural de la economía peruana, es ya inocultable; con toda el alza del precio de las materias primas, no crecemos al ritmo que deberíamos crecer,  inversión privada retraída, agricultura en crisis, de las más de 13 millones de hectáreas cultivables (visión satelital), sólo 250 mil hectáreas generan el boom agroexportador, informalidad desbordada. La sensación de estancamiento, más que una coyuntura, se ha vuelto permanente.

Además, la crisis climática golpea con fuerza. El fenómeno del Niño Global y la falta de infraestructura para prevenir desastres colocan al país en situación de vulnerabilidad extrema. Los próximos años podrían consumir enormes recursos públicos en atender emergencias, frenando cualquier intento de reactivación económica.

El panorama electoral es una tómbola de incertidumbre. La fragmentación partidaria garantiza que el ganador de la primera vuelta obtendrá apenas entre 12% y 18% de votos. La segunda vuelta probablemente enfrentará a candidatos con alto “antivoto”, obligando a millones a votar por el “mal menor”.

El retorno a la bicameralidad, en vez de estabilizar, podría exacerbar el problema, un Congreso más grande, caro y dividido, con bancadas atomizadas que reproduzcan la parálisis de los últimos cinco años.

El riesgo es claro, otro gobierno sin respaldo sólido, sometido a presiones, vacancias y censuras, mientras los problemas estructurales siguen sin resolverse.

La ciudadanía como actor central, del desencanto a la reacción. El futuro del Perú no depende solo de quién llegue a Palacio, sino de la actitud de la ciudadanía. El error recurrente ha sido votar por el castigo al pasado o por el mal menor. Esa dinámica ha producido liderazgos improvisados, carentes de capacidad técnica y ética.

La ruta de salida exige tres cambios urgentes en la conducta ciudadana:

  1. Votar con criterio estratégico: dejar de premiar el carisma vacío o las promesas fáciles. El voto debe reconocer a quienes demuestren coherencia histórica, trayectoria ética y equipos técnicos serios.
  2. Exigir planes y compromisos mínimos: las elecciones deben asumirse como una licitación nacional. Los candidatos deben presentar propuestas viables en seguridad ciudadana, lucha contra la corrupción, formalización económica y cierre de brechas sociales.
  3. Mantener vigilancia cívica después de la elección: la democracia no termina en las urnas. La sociedad civil debe organizarse para exigir cumplimiento de promesas y evitar el reparto de cuotas de poder. El Acuerdo Nacional, con la participación de gremios, comunidades rurales y expertos, debería ser convocado para diseñar una agenda mínima de Estado.

Romper el “Modo Titanic”. La metáfora del “modo Titanic” sintetiza la situación: un país que avanza directo hacia el desastre mientras sus élites políticas se entretienen en sus pequeños privilegios. La elección del 2026 será el último aviso.

Si la ciudadanía persiste en la apatía o el voto resignado, el 2026-2031 será un lustro de mayor pobreza, violencia e ingobernabilidad. Pero si reaccionamos con lucidez y valentía, si exigimos ética, capacidad técnica y consensos mínimos, aún podemos cambiar el rumbo.

El Perú está en una encrucijada. El 2026 no solo elegirá un gobierno; definirá si sobrevivimos como proyecto de nación o si continuamos hundiéndonos en el atraso.

El futuro no está escrito. Está en nuestras manos, en la calidad de nuestras decisiones como ciudadanos. No esperemos un salvador que no existe. La única salida es una ciudadanía consciente, activa y exigente.

Reacciona, Perú. El tiempo se acaba. No importa el tamaño del problema, importa la determinación al resolverlo

#JuandeDiosGuevara

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