El Perú atraviesa una de las etapas más difíciles de su historia republicana. Ocho presidentes en nueve años, un Congreso con más del 90% de desaprobación y un aparato estatal corroído por la corrupción han dejado al país sin brújula. La reciente vacancia de Dina Boluarte, el ascenso interino de José Jerí Oré —un político joven, pero rodeado de cuestionamientos éticos— y las movilizaciones que exigen una transformación de fondo, no son simples episodios de inestabilidad: son la manifestación de un colapso moral e institucional largamente incubado.
En medio de este caos, la Generación Z se ha convertido en la conciencia activa de la nación. Cansados de la inseguridad que devora barrios enteros, de la pobreza que cercena el futuro y de un sistema político que les da la espalda, los jóvenes han tomado las calles no para destruir, sino para exigir respeto y renovación. La muerte de Eduardo Ruiz Sáenz, un joven de 32 años abatido por la propia policía nacional. Este acto, que las imágenes sugieren innecesario y que obligó a una disculpa del jefe máximo de la policía —mientras la gente exige justicia—, durante las protestas del 15 de octubre, simboliza la tragedia de un país fracturado.
Pero también puede representar el inicio de un despertar colectivo: un llamado a transformar la indignación en sabiduría y el descontento en legado. El reto es pasar de la indignación a la acción, forjando una genuina insurgencia cívica.
La protesta juvenil no es un estallido irracional; es el síntoma de un contrato social roto. En un contexto donde los salarios no alcanzan, la inseguridad alimentaria se incrementa, la violencia urbana aumenta y los servicios públicos se desmoronan, el grito de las nuevas generaciones expresa una demanda de dignidad. Pero la furia, por sí sola, no construye. La verdadera insurgencia debe ser cívica, consciente y no violenta. El Perú no necesita más mártires, sino ciudadanos lúcidos que comprendan que el cambio no vendrá de un nuevo caudillo, sino de una ciudadanía organizada, informada y persistente.
Es hora de convertir la energía de la calle en un Pacto de Sabiduría Nacional: una hoja de ruta colectiva para reconstruir el país desde sus cimientos morales, educativos e institucionales. La sabiduría —no la astucia— debe ser la nueva fuerza revolucionaria.
Lecciones del Mundo: De la Crisis Global a la Resiliencia Nacional
El análisis reciente del IESE Business School (donde tuve el honor de estudiar con una beca del entonces Instituto de Cultura Hispánica hace más de 50 años; ¡cómo pasa el tiempo!) sobre la gestión del riesgo geopolítico, ofrece una lección que el Perú debería asimilar: la incertidumbre no es un enemigo, sino una maestra. En un mundo donde las tensiones entre bloques —EE.UU. y China, BRICS y G7— reconfiguran las cadenas de suministro y desafían el orden económico, la resiliencia se ha convertido en el nuevo capital estratégico. Las empresas exitosas ya no solo buscan eficiencia, sino capacidad de adaptación y visión de largo plazo.
Esa misma lógica debe guiar al Estado peruano. Si las empresas diversifican proveedores para reducir su exposición, el Perú debe diversificar su modelo económico y político. Si las corporaciones planifican escenarios ante la volatilidad global, el país necesita una planificación estratégica nacional a 10, 20 y 30 años, orientada al desarrollo del capital humano y la estabilidad institucional.
La lección es clara: los países, como las organizaciones, sobreviven cuando anticipan el cambio y no cuando lo niegan.
Tres Pilares para Reconstruir la Resiliencia Peruana:
I.- Educación y Primera Infancia como Prioridad Nacional
La educación es el cimiento de toda resiliencia. No habrá futuro posible mientras el 43,7% de los niños peruanos padezca anemia —y el 70,7% en Puno—, o mientras solo el 14% de los adolescentes de 15 años comprenda lo que lee, y el 8% tenga comprensión numérica, según PISA 2022. La anemia y la mala educación no son estadísticas: son sentencias de desigualdad perpetua.
Es urgente invertir al menos el 7% del PBI en educación y nutrición infantil, entendiendo que cada sol invertido en la primera infancia se multiplica en productividad y ciudadanía. Las escuelas rurales deben convertirse en centros de innovación (un concepto clave, como lo ha reafirmado el reciente Premio Nobel de Economía 2025 al reconocer la teoría de la innovación) y los docentes en líderes del cambio. La Generación Z, con su dominio digital, puede protagonizar un movimiento de tutorías entre pares, donde el aprendizaje colaborativo transforme redes sociales en espacios de conocimiento.
II.- Instituciones Éticas y Liderazgo con Propósito
La raíz del colapso político no está solo en la corrupción, sino en la falta de meritocracia y de propósito. El poder se ha convertido en un botín, no en un servicio. Las próximas elecciones de 2026 deben marcar un punto de inflexión: solo quienes acrediten transparencia, formación y vocación de servicio deberían aspirar a cargos públicos, y los electores deben desarrollar una memoria colectiva sobre quiénes nos han llevado a esta situación.
Un sistema electoral con filtros éticos, observación ciudadana y herramientas tecnológicas —como veedurías blockchain— puede devolver legitimidad al voto. El liderazgo del futuro debe inspirarse en el propósito, como señala el IESE: la fidelidad a los valores y al bien común, por encima de los intereses personales. Gobernar debe volver a significar servir, no enriquecerse.
III.- Resiliencia Económica y Cohesión Social
Así como las empresas diversifican para sobrevivir, el Perú debe hacerlo. No podemos seguir dependiendo casi exclusivamente de la minería extractiva. Es necesario fomentar la agricultura sostenible, la economía del conocimiento, el turismo cultural, la manufactura de valor agregado y la tecnología aplicada a la seguridad y la gestión pública.
Además, la inseguridad no se combate solo con balas, sino con inteligencia comunitaria y oportunidades. Barrios organizados, jóvenes emprendedores y políticas públicas que prioricen la inclusión pueden reconstruir el tejido social desde abajo. La resiliencia económica debe acompañarse de cohesión social: sin justicia y sin esperanza, no habrá estabilidad posible.
Un Llamado a la Sabiduría Colectiva
El Perú no es un país condenado; es un país cansado. Pero el cansancio también puede ser el preludio de un renacimiento. La historia nos recuerda que de los momentos más oscuros surgen las mayores transformaciones. Nuestros ancestros —desde los incas hasta los libertadores— supieron convertir la adversidad en creación. Hoy, la misión es similar: pasar del lamento a la acción, del miedo al propósito, de la furia al compromiso.
La sabiduría peruana no está en los libros, sino en su gente: en los maestros rurales, los jóvenes programadores, las madres que resisten, los emprendedores que innovan, y los ciudadanos que, a pesar de todo, siguen creyendo en el país.
En un mundo donde la inteligencia artificial redefine el trabajo y la geopolítica fragmenta el orden, el Perú no puede permanecer estancado en el cortoplacismo y la mezquindad política. La resiliencia, como advierte el IESE, es el equilibrio entre eficiencia y visión a largo plazo. Esa es la brújula que necesitamos.
El futuro no se improvisa. Se construye con educación, ética y propósito. Respiremos como país, reflexionemos como sociedad y actuemos con sabiduría.
Perú, no te rindas. Respira. Renace.
#JuandeDiosGuevara